lunes, 7 de abril de 2008

Leopoldo Villalobos y la vocación de escribir


Setenta años pintando a Guayana en letras, Leopoldo Villalobos, el periodista, poeta y cronista, es la pura expresión del compromiso y dedicación por vocación

Anteojos, pluma y papel, han sido por más de seis décadas, las herramientas con las que Leopoldo Villalobos, ha seguido y narrado la historia de una Ciudad que conoció en pañales y que hoy, según su entender, se vislumbra como una de las ciudades más prósperas de América Latina en un futuro muy cercano. El versátil escritor se ha paseado por muchos de los géneros de la literatura y del periodismo, pero todo en torno a un tema cardinal, su tierra. Hoy reflexiona sobre el pasado y el futuro del periodismo y de lo que hace treinta años apenas era un campamento, Ciudad Guayana.
Ya son muchos años desde que prendió el motor de la escritura, pero ¿Cómo comenzó todo, cuál fue la chispa que encendió esa llama inapagable?
Bueno, tu sabes que yo creo en la causalidad, si tu padre es carpintero lo más seguro es que tu tengas que ver con la madera en el futuro, o si es mecánico en algo con carros terminarás. Mi caso no es la excepción, mi padre fue un empleado público toda su vida, un servidor podría decir, pero de gran simpatía por los libros, por lo que crecí rodeado de todo tipo de publicaciones, periódicos, revistas, y libros de todo tipo, todo lo que llegaba a mi casa, cosa difícil, pero mi papá se las ingeniaba. Ya desde muy pequeño tuve la oportunidad de leer Las Mil y Una Noches y hasta la misma Divina Comedia del grandioso Dante Alighieri. Mi padre, que era un gran ferviente católico, de esos que iba a la iglesia del pueblo con paraguas, corbata y sombrero, fue entonces el partícipe de mi afinidad a la lectura, y una cosa llevó a la otra, en esos días las escuelas eran casi liceos, se enseñaba mucho más que ahora, de veras se aprendía, y fue en la escuela donde en realidad empecé a escribir, allí empezó todo.
¿Recuerda su primer contacto con un lápiz para producir una historia propia?
Si, y con mucho gusto. Tú sabes que desde muy temprana edad mis aptitudes fueron cien por ciento literarias, de hecho, lo primero que escribí fue un cuento, que lamentablemente no he podido recuperar, y por eso no le hago referencia. Y fue en la escuela donde tuve mi primer encuentro con el periodismo, quizás de allí nació la chispa que mencionabas. Gracias a esos profesores de antes, que por cierto, en su mayoría eran doctores o abogados, y en especial al maestro Eliécer Sánchez Gamboa, hice de la escritura un hábito, puesto que él fue el de la idea de fundar allá en la escuela de mi querida Guasipati, Semillita, un periódico escolar, del cual fui parte, haciendo según sus palabras, auténtica literatura infantil.
Una vez en el bachillerato ¿Cómo supo decidir el camino a tomar?
Bueno, tú sabes que posteriormente, las experiencias fueron diversas, por ejemplo, en bachillerato fui director de un periódico mural llamado Surcos. Todo conspiró para que estuviera vinculado al ejercicio del periodismo. Del 46 al 50 tuve el privilegio de estudiar de primero a cuarto año en el liceo Peñalver de la capital del estado, que tenía su sede en la casa del Congreso de Angostura, por lo que la influencia histórica del aquel lugar fue haciendo efecto poco a poco en mi pensamiento. Yo tenía una facilidad enorme para las materias humanísticas razón por la que fui saludado más de una vez por el cuerpo docente, no así en el campo de las ciencias exactas. Lamentablemente, solo pude estudiar hasta cuarto año en Ciudad Bolívar, puesto que no ofrecían el quinto año, y por razones económicas no terminé de inmediato el bachillerato. Ese período del 49 al 51 fue bien dinámico. Me salió una pasantía como maestro en el Grupo Escolar Estado Mérida de Ciudad Bolívar, donde tuve alumnos como Víctor Mezzoni y Alberto Rodríguez. Esa experiencia docente fue realmente enriquecedora.
Y mientras tanto, sin poderse graduar y enseñando ¿Dónde puso sus historias?
Te decía que ese período de dos años fue bien dinámico porque tuve la oportunidad de ser parte hasta de tres publicaciones. En el 49 editamos un semanario del tipo suelto, llamado Avance, dirigido por mi compañero, el bachiller Pedro Lira. Y en el 51 fui parte de Imataca, publicación mensual promovida por Tomás Mogna, y que era casi como un órgano estudiantil con todo sus elementos. Ya en ese entonces escribía para El Luchador, no como columnista, pero con buena regularidad. Al mismo tiempo, en el 50, formaba parte del liceo Peñalver, pero como secretario de cultura. A finales del 51 decido irme a Mérida a terminar los estudios, pero no tenía otra sino como bachiller en ciencias biológicas.
Entre tanto camino que ahora empezaba a recorrer ¿Cómo hizo para no dejar la escritura?
Todo lo que sucede tiene su lado positivo, el irme a Mérida me permitió conocer otros escenarios, de los cuales quedé cautivado, razón suficiente de inspiración para seguir escribiendo, esta vez en nuevas latitudes, pero de la misma tierra, Venezuela. Antes de irme ya contaba con la dicha de poder publicar en unos de los decanos del periodismo guayanés, El Luchador, para el que envié algunas de las cosas que pude escribir en los andes, estamos hablando de 1952. En el 53 regreso a mi pueblo, y gracias a mi hermano comencé un proyecto de vida con la empresa minera de Guayana, recién se estaba formando un enorme movimiento de tierra, equipos y personal, en lo que para el momento eran dos simples campamentos, Ciudad Piar y Puerto Ordaz.
¿Cómo hacer un proyecto de vida en dos planos tan disparejos, la minería y el periodismo?
La Orinoco Mining Company iniciaba operaciones y yo entré allí como laboratorista, cargo que desempeñe por tres años, hasta que la empresa norteamericana decide becarme para estudiar periodismo en la Universidad Central de Venezuela. Y me fui en el 56 para regresar en el 60 como licenciado en periodismo. Eso fue ver otro mundo, toda una experiencia de vida. Imagínate que conmigo solo se graduaron cuatro personas, todas figuras del acontecer nacional. Simón Alberto González, diplomático y columnista, Alberto José Alcalde, intelectual y escritor, Antonio Cova Maduro, abogado y columnista, y Osmán Aranguibel Guzmán, sociólogo y reconocido escritor. En la Universidad hice periodismo activo, combativo y creativo, no me quedé en el salón sin escribir, todo lo contrario.
¿Dónde pudiera pensarse que se hizo periodista? ¿En la universidad?
Nadie se hace periodista en la universidad, de hecho antes no existían las escuelas de periodismo, era más visto como oficio que como profesión. El periodista se hace en base a profunda crítica social, sensibilidad humana, interés por la lectura, preparación e investigación, y sobretodo vocación de escribir para ser agente de cambio. Todo eso requiere tiempo, disposición y entrega. A mi me nació ese deseo desde muy pequeño, mis aptitudes para escribir me llevaron por ese cauce y aquí estoy. En Caracas solo respondí al llamado de la profesión, allí fui redactor del boletín de la Universidad Central de Venezuela, y tuve el privilegio de ser redactor universitario para el diario La Esfera, otra de las escuelas de los periódicos fundamentales en la historia del periodismo de Venezuela, que por cierto, en ese entonces, era dirigido por Oscar Yánez. En el 60 regresé a Puerto Ordaz, a fundar y hacer carrera en El Minero, que ya cumple 55 años, una de las más longevas del país. En esa publicación cumplí todas las fases, desde redactor hasta director, mientras tanto me mantuve escribiendo para muchos de los diarios de Ciudad Bolívar, como columnista, siempre para Guyana y su gente.
Hoy ya tiene 60 años en el periodismo, jubilado por la industria minera de Guayana, y viendo al lado del camino el desarrollo de la nuevas generaciones. ¿Qué percibe, qué le angustia de la actividad periodística de la actualidad?
Bueno, en un principio siento una gran satisfacción y alivio. Ya hay trece escuelas de periodismo en el País y en Ciudad Guayana dos. Una cantidad de periódicos inusitada, un apoyo tecnológico imparable y una tendencia de la juventud hacia las ciencias de la comunicación admirable. Esto acompañado de una irrefutable libertad de prensa, aunque algunos digan que no y lo respeto. Continúan algunos fenómenos indeseados dentro de los periódicos y sus líneas editoriales, pero eso es un mal muy viejo. Sin embargo, el panorama es expansivo, aunque no me atrevo a decir si cualitativo. Quisiera que si, es el deseo de todos, un periodismo como agencia de cambio social.
Y ¿En qué cree Leopoldo Villalobos, a qué se apega?
En un principio creo en Dios. Pero creo en la democracia, en el disenso, en la pluralidad, en el diálogo, en el debate, en la investigación y argumentación. Soy de los que piensa que nadie quiere hacer las cosas mal, pero para evitarlo debe prepararse. Quizás esa sea una de mis angustias. Los jóvenes estudiantes de periodismo o de lo que sea, deben interesarse en la lectura, quien no lee no contrasta y no puede tener perspectiva concreta de la realidad, pues no conoce el contexto, no conoce el pasado. Creo en retomar los valores libertarios, en los Simón Rodríguez, Andrés Bello, Simón Bolívar, Fermín Toro, Juan Antonio Pérez Bonalde, Andrés Eloy Blanco, Cecilio Acosta, Arturo Uslar Pietri, Rómulo Gallegos, Luís Beltrán Pietro Figueroa, entre tantos otros. Creo en mi país y le pido a todos a que crean en él. Sin importar quien gobierne, pues no estoy y no he estado atado nunca a ningún político, eso si, reconociendo aciertos y errores de todos ellos, porque todos algo han aportado. Creo en mi ciudad, creo que Ciudad Guayana le queda demasiado por explotar, por desarrollar, para convertirse algún día en una metrópolis latinoamericana. No creo en el fanatismo, ni en la envidia o mezquindad de ningún tipo, menos política.
Despiece:
El orgullo de Villalobos
“Tú sabes que yo, desafortunadamente, nunca he tenido un editor, quizás por no estar pegado a nadie, y quizás por eso, tengo cualquier cantidad de cosas inéditas, sin poder publicar, y eso que he publicado muchos libros. De lo mucho que no he podido sacar ha sido la poesía. Yo he escrito mucha poesía, entre ella, El Megacanto a Guayana, que publiqué en su momento en El Bolivarense, ese ha sido un poema del cual me llenó de regocijo, asimismo, un par de entrevistas que recuerdo con mucha alegría, como la que le hice al ilustrado poeta, ensayista, literario y editor venezolano Juan Liscano, recién regresado de su exilio, y la del virtuoso Rómulo Gallegos en los 60. Y las ideas siguen fluyendo, tengo mucho que escribir, pero no tengo el tiempo para todo. Ahora mismo estoy preocupado, porque como viste, tengo una enorme colección de periódicos, revistas y libros, nacionales e internacionales, de hace 30 o más años, digna de una buena biblioteca y nadie se ha interesado en encargarse de ese material, para administrarlo, preservarlo y clasificarlo. Por eso hago un llamado a las universidades para que intenten salvaguardar este maravilloso material bibliográfico”.

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